EL
MUNDO
21 septiembre
2018
Matarse
por vivir más: así es la nueva tiranía de la salud
Rebeca Yanke
Nunca como ahora las personas lucharon
tanto por estar sanas y por alejarse de la muerte. Pero esta obsesión tiene
consecuencias: excesivas pruebas médicas, sobrediagnósticos y, en definitiva,
la 'medicalización' de nuestras vidas
La doctora Barbara Ehrenreich analiza en su controvertido
ensayo 'Causas naturales, cómo nos matamos por vivir más' los perjuicios que
ocasiona la obsesión por la salud en el siglo XXI.
Que una manzana al día aleja al médico del hogar se aprendía
antaño con un refrán inglés -an apple a day keeps the doctor away-. También se
decía ya entonces que la zanahoria iba bien para la vista y para el bronceado,
comenzaban a ponerse de moda el aguacate y el kiwi pero faltaba aún un poco de
tiempo para la llegada de los mangos y las papayas. Cosas del siglo pasado
porque, ahora, la lista es kilométrica: una manzana, un poco de chía, quinoa a
mediodía, aléjese de la carne, no fume -naturalmente- haga mindfulness, o yoga,
o las dos cosas. ¿Se tomó ya su zumo détox? Espinaca, pepino, apio, aguacate,
pera. Ya está ready para el running: la tiranía del bienestar no acepta
pusilánimes.
Llevar una vida saludable es el reto del siglo que habitamos
y, como todo cambio sustancial, provoca otros. Uno de ellos es la conversión de
la enfermedad en exhibición. «Lazo rosa para el cáncer de mama, morado para el
testicular, negro para el melanoma, el dibujo de un puzzle para el autismo,
días especiales para hacer publicidad intensiva y presión política. El objetivo
de todas estas acciones es concienciar, lograr que la gente quiera someterse a
pruebas diagnósticas». Lo dice la doctora Barbara Ehrenreich, inmunóloga de la
Universidad Rockefeller de Nueva York en su controvertido ensayo Causas
naturales, cómo nos matamos por vivir más (Editorial Turner), que se acaba de
publicar en España. «¿Cómo van a ganar dinero un
médico, o un hospital, o una compañía farmacéutica, con pacientes que están, en
términos generales, sanos? Pues sometiéndolos a pruebas y exámenes que, en
cantidades suficientes, terminarán por detectar que algo va mal o al menos hay
que vigilarlo», sostiene.
Ehrenreich, que conoce en carne propia los rituales médicos
-por ser doctora, primero, y por haber tenido cáncer, después- no tiene reparos
en afirmar a Papel que «hay personas que mueren antes de lo que deberían porque
están extremendamente medicalizados». Y tampoco tiene miedo de decir que «el
mindfulness no aporta nada más que no consiga un paseo en el campo o un vino
con amigos. La detección del cáncer puede conducir a biopsias y tratamientos
peligrosos, como la quimioterapia, incluso cuando no hay razón para creer que
el cáncer crecerá», ahonda.
No es la primera vez que Ehrenreich se sitúa a la contra. Lo
hizo en 2011 en la misma editorial con el ensayo Sonríe o muere (Smile or die).
Cargaba entonces contra el auge de la psicología positiva previo a la era del
wellness y, ahora, advierte de que «hay una rebelión significativa forjándose
en otro frente». «Cada vez leemos más quejas sobre la medicalización de la
muerte. (...) Y dentro de la profesión médica hay una creciente revuelta. El
sobrediagnóstico empieza a verse como un problema de salud pública y en
ocasiones se alude a él como epidemia».
Los ensayos de Ehrenreich son una delicadísima mezcla de
erudición y autobiografía. Mientras en Sonríe o muere abordaba «aquella
mamografía, la madre de todas las mamografías», la que le hizo conocer el tipo
de muerte que no quería tener -rodeada de ositos rosas, lazos y frases
almibaradas para acompañar la presunta lucha-, en Causas naturales se adentra
en realidades que el común de los mortales prefiere no pensar ni por un
segundo: el sufrimiento previo a la muerte, asumir que verdaderamente desaparecerás
y no poder hacer nada para remediarlo.
Sin embargo, la muerte suele suceder de la misma manera que
la vida: por azar. Arbitrariamente, fruto de no se sabe qué conexiones, si hubo
mística o mano divina o fueron las alas de la mariposa o, simplemente, la
casualidad. De todos estos asuntos y de que el cuerpo no es un sistema en
absoluto fiable sino todo lo contrario advierte la doctora Ehrenreich, que ha
renunciado a las pruebas preventivas pero va al gimnasio habitualmente porque
le hace sentirse bien. «Las células tienen la costumbre de envejecer o volverse
cancerígenas, demostrando una y otra vez que toman sus propias decisiones, y no
siempre las toman a nuestro favor».
De ser cierta su tesis, la primera pregunta es obvia pero
necesaria: ¿Quién es el responsable? ¿Los doctores? ¿Los seguros médicos? ¿Los
influencers y coaches de la salud? Ehrenreich es tajante -como en su libro-
cuando responde a este periódico: «Diría que son estos últimos quienes tienen
la responsabilidad. Prometen un estado de bienestar mal definido y venden
métodos para conseguirlo que no han sido debidamente probados».
Menos incendiarias resultan las reflexiones del psicólogo
del gabinete madrileño Cinteco José Carrión, quien primero destaca «la
importancia de que nos animen a cuidarnos, porque evidentemente nuestro
organismo favorece el concepto integral de salud y bienestar». Cree, eso sí,
que la tendencia wellness tiene «consecuencias psicológicas». «El problema es
que debemos hacerlo perfecto, algo así como un grado universitario de la salud,
con asignaturas como alimentación ortoréxica, ejercicio físico intenso,
inteligencia emocional, abstinencia de cualquier tipo de tóxicos y otros
créditos que debemos defender con nota si no queremos caer en el saco de los
apestados por el estigma de la imperfección», reflexiona. Y piensa que «vivimos
en la sociedad de la excelencia, la sociedad de los resultados que no permite
disfrutar de los procesos, la sociedad de los ritmos frenéticos que no entiende
de contemplación porque nos lleva corriendo a nuestra sesión de mindfulness».
En esta vertiginosa carrera por estar lo más sanos posible
y, así, alejar la muerte, ésta ha acabado también por vivirse de forma
completamente distinta a cómo estábamos acostumbrados. Dice la psiquiatra Rosa
Gómez Esteban, autora de la investigación El médico frente a la muerte
-publicada en la Revista Española de Neuropsiquiatría-, que fue «a principios
del siglo XX, después de la segunda gran guerra, cuando se llegó a la
medicalización y se pierde lo único que se mantenía, el momento de la muerte
como revisión de la vida y la despedida. La sociedad ya no ayuda a morir a los
enfermos, aunque se les alargue la vida gracias a los avances de la medicina.
No se muere en casa y se generaliza la incineración como método para eliminar
los muertos con discreción», prosigue.
Refuerzan su tesis las palabras de Philippe Aries en su
libro El hombre ante la muerte, quien afirmaba que «el hombre de otro tiempo
hacía caso de la muerte, era una cosa seria, grave y terrible pero no tanto
como para apartarla, huir y hacer como si no existiera».
En la actualidad, los grandes males de nuestra sociedad
provienen, según la doctora Ehrenreich, de un lugar de prestigio: Silicon
Valley. A su «cultura triunfalista y arrogante» acusa la autora de generar un
escenario en el que «no conformarse con nada que no sea la inmortalidad», y
también de «intentar prolongar la vida hasta que se produzca la nueva
revolución de avances biomédicos».
Y hay en su libro un capítulo, La muerte en un contexto social,
donde se asiste al relato de los gurús que desafiaron la muerte alterando su
alimentación y su forma de vida y que, sorprendentemente (o no, diría
Ehrenreich) murieron jóvenes. La lista la comienza el cofundador de Apple,
Steve Jobs, «un loco de las dietas, cuya muerte en 2011 por un cáncer de
páncreas continúa suscitando debate. Consumía sólo alimentos crudos, incluso
cuando los médicos le recomendaron una dieta rica en proteínas y grasas para
compensar el mal funcionamiento del páncreas. (...) Podría argumentarse que fue
la dieta de la fruta la que lo mató: desde el punto de vista metabólico, una
dieta de sólo fruta equivale a una dieta de sólo caramelos», reta la autora.
De cáncer de páncreas falleció también John H. Knowles,
quien fue director de la Fundación Rockefeller y «promotor de lo que se llamó
doctrina de la responsabilidad personal en materia de salud. Decía que la
mayoría de las enfermedades las causaba uno mismo, que eran resultado de
'glotonería, consumo incontrolado de alcohol, conducción temeraria,
promiscuidad sexual y tabaquismo'».
De lo que se deduce -y ésta es otra de las tesis
fundamentales del libro de Ehrenreich- que quien no se cuida es culpable de su
muerte, que si alguien muere antes de los 70 está practicando algo parecido al
suicidio. ¿No sería más lógico pensar que quien fuma, bebe, come lo que quiere
y no se hace ninguna prueba, al cabo morirá antes y se ahorrarán décadas de
cuidados médicos?
Pues dice Ehrenreich que no. «Me parece razonable pensar así
sobre este tipo de personas pero sospecho que muchos norteamericanos tendrían
miedo de la cantidad de gastos hospitalarios que esa persona necesitaría antes
de morir, y les parecería excesivamente caro». ¿Y quiénes no pueden acceder a
smoothies, ni clases de yoga, ni sesiones de mindfulness, ni a una comida
ecológica, o biológica o recién arrancada de la tierra? ¿Son los pobres los
nuevos inmorales?
Desde su visión como norteamericana, responde Ehrenreich que
«los pobres en su país suelen hacer todo lo que los ricos consideran que es
poco saludable, como fumar, y a menudo se les critica cuando mueren». «Debemos
luchar colectivamente para asegurarnos de que todo el mundo tiene la asistencia
médica que necesita, pero también tenemos que asegurarnos de que no están
recibiendo cuidados innecesarios y peligrosos».
Es más, que «los chequeos rutinarios no sirven» ya ha sido
demostrado. En 2012, una investigación en la que se manejaban datos de 182.880
personas mostró, «en cifras, que no deberían ponerse en marcha iniciativas de salud
que sistemáticamente ofrezcan reconocimientos generales». «Nuestros resultados
no respaldan el uso de los chequeos destinados a la población general», dijeron
entonces los investigadores del Nordic Cochrane Centre de Copenhague
(Dinamarca), autores de la investigación, que reunía 14 estudios.
En esa línea se sitúa por ejemplo el médico José Luis de la
Serna, quien advierte de que «obsesionarse» es lo que puede traer más problemas
pues «el cerebro se activa». «Lo importante es no estresarse, y no lo que diga
un gurú que quiere ganar dinero con su libro, hay que mantener el cerebro
tranquilo, hacer ejercicio, evitar azúcares refinados, tener buenas relaciones
personales, amigos... todo eso hace mucho bien a las neuronas y así el sistema
inmune funciona mucho mejor...», enumera.
Y también seguir la propuesta de Ehrenreich, dejar de pensar
en la muerte «como una trágica interrupción de nuestra vida, y tomar todas las
medidas posibles para aplazarla». Ella sugiere que seamos «más realistas», que
pensemos «en la vida como una interrupción de una eternidad de no existencia
personal», y que hay que «aprovecharla como una breve oportunidad para observar
e interactuar con el mundo vivo y siempre sorprendente que nos rodea».